El comienzo de mi viaje
Me llamo Adham y soy de Giza, Egipto, aunque he vivido la mayor parte de mi vida en El Cairo. Mis padres son profesores en la Universidad Ain Shams y, durante mi infancia, la educación siempre fue una parte muy importante en casa. Fui a una escuela semi-internacional en la Ciudad 6 de Octubre durante el 5.º y 6.º grado, luego me cambié a una escuela de idiomas normal antes de volver a la semi-internacional hasta el 9.º grado.
Durante años, vi a estudiantes ganar becas para irse al extranjero a través de grandes organizaciones y programas nacionales. Pensé que esa era la única manera. Luego descubrí algo diferente: podías postular directamente a los internados, sin necesidad de un intermediario ni de un papeleo interminable. Todo lo que se necesitaba era investigación, paciencia y el valor para intentarlo.
Al principio, todo el proceso parecía imposible. Todo el mundo me decía que estudiar en el extranjero requería mucho dinero o buenos contactos. Aun así, seguí buscando. Pasé mucho tiempo leyendo, comparando e informándome sobre diferentes escuelas. Al principio no estaba nada claro, pero cada pequeño descubrimiento hacía que la idea pareciera más real.
Con el tiempo, entendí por qué quería irme. No era porque no me gustara Egipto, sino porque necesitaba un entorno que valorara la creatividad, la innovación y la curiosidad. Quería estar en un lugar que reconociera a los estudiantes por sus ideas, no solo por sus calificaciones.

Cómo encontrar la escuela ideal
Empecé a buscar escuelas que ofrecieran alguna ayuda financiera y que aceptaran a estudiantes internacionales. Busqué en cientos de sitios web, comparé matrículas, leí cada requisito y mantuve una lista de las escuelas que coincidían con lo que quería. El proceso fue agotador y confuso, pero cuanto más aprendía, más claro se volvía todo.
Finalmente, me encontré con Maharishi School, y algo de ella me llamó la atención. No se centraba solo en lo académico; enfatizaba el crecimiento personal, el equilibrio y la creatividad. Esa filosofía me pareció la correcta, así que decidí postular aunque ya habían pasado meses desde la fecha límite.
La mayoría de las escuelas habían cerrado sus procesos de admisión en febrero, y ya estábamos en marzo. Le envié un correo electrónico al equipo de admisiones, les expliqué mi situación y les pregunté si aún me considerarían. Pasé días escribiendo ensayos, respondiendo preguntas y preparando mis materiales. Aunque se me había pasado el plazo, quería que vieran que iba en serio.
La entrevista que lo cambió todo
Unas semanas después, recibí un correo electrónico invitándome a una entrevista en abril. Recuerdo que me sentía nervioso y esperanzado a la vez. Debido a la diferencia horaria y a lo tarde que había aplicado, no todos los del equipo de admisiones pudieron asistir, pero el director y el director de admisiones sí estuvieron allí.
Le pedí a mi padre que se sentara a mi lado, ya que todavía era menor de 17 años. La entrevista duró aproximadamente una hora y media. Me preguntaron sobre mis intereses, mis metas y por qué quería estudiar en Maharishi. Me tomé mi tiempo antes de responder cada pregunta. Sabía que ser honesto era más importante que sonar perfecto.
Cuando terminó la llamada, me sentía tranquilo pero inseguro. Más tarde, llegó un correo electrónico: me habían aceptado.
Estaba emocionadísimo, pero había un problema: la matrícula. Costaba casi 50 000 dólares al año, una cifra imposible para mi familia. Aun así, no perdí la esperanza. La escuela prometió que intentaría encontrar donantes que pudieran ayudar a cubrir los gastos. Esperé durante semanas, justo en la época de mis exámenes finales, intentando concentrarme en los estudios mientras me preocupaba por el futuro.
Después de casi dos meses, por fin recibí el mensaje que tanto había esperado: la Maharishi School me había conseguido una beca completa, que incluía los pasajes de avión. No podía creerlo. Después de toda la incertidumbre, al final todo había salido bien.

La batalla por la visa y los últimos pasos
Justo cuando pensaba que lo más difícil ya había pasado, apareció otro desafío: la visa F1. Ya era julio y, debido a los retrasos en la Embajada de Estados Unidos, conseguir una cita era casi imposible. Pagué las tasas de la visa, unas 60,000 libras egipcias, y esperé durante semanas sin recibir noticias.
A finales de julio, por fin conseguí una cita para la entrevista el día 31. Como era menor de diecisiete años, mi padre vino conmigo, aunque no hablaba mucho inglés. La entrevista en sí fue corta, menos de un minuto. El oficial me hizo algunas preguntas y luego no dijo nada.
Salí sin saber si me la habían aprobado. Durante las siguientes 24 horas, no paré de actualizar la página web de la visa una y otra vez. Entonces, por fin, apareció la actualización: visa aprobada. Sentí que me habían quitado un peso enorme de encima.
Un nuevo comienzo en los EE. UU.
Llegar a Maharishi School fue surrealista. Todo a mi alrededor era diferente: calles limpias, personas que se preocupaban de verdad por reciclar y estudiantes que de verdad querían aprender. Todos los que conocí fueron amables y, por primera vez, sentí que de verdad pertenecía a un entorno que valoraba el crecimiento y el respeto.
Aun así, el principio fue duro. El plan de estudios estadounidense no se parecía en nada a lo que había estudiado antes. Entré directamente a precálculo, y la forma en que enseñaban matemáticas me impactó. En Egipto, todo se trataba de memorizar; aquí, se trataba de entender y aplicar. Nos planteaban problemas del mundo real y nos pedían que pensáramos de forma creativa. Me costó tiempo adaptarme, pero poco a poco, empecé a disfrutar de aprender de una forma completamente nueva.
Otra cosa que me asombró fue la libertad de poder elegir mis clases. En mi país, todos estudiábamos las mismas asignaturas, pero aquí podía explorar diferentes campos y forjar mi propio camino.
Uno de mis compañeros de clase me inspiró profundamente. Tenía dieciocho años y todavía estaba en su junior year, le costaba académicamente, pero estaba lleno de determinación por mejorar. Ese fuego que tenía dentro me recordó por qué había venido: para crecer, para retarme a mí mismo y para no dejar de intentarlo nunca.
Cada día aquí me enseña algo nuevo, no solo sobre lo académico, sino también sobre la gente, el propósito y la perseverancia.
Lecciones y consejos para otros estudiantes
Esta experiencia me enseñó que el trabajo duro siempre da sus frutos, aunque no sea de inmediato. Entre la espera de la financiación, el estudio para los exámenes y la preocupación por mi visado, a menudo sentía que todo se estaba desmoronando. Pero mantuve la calma y di lo mejor de mí, confiando en que las cosas acabarían saliendo bien, y así fue.
Muchos estudiantes tienen el talento para triunfar, pero se rinden cuando las cosas se ponen difíciles. Ahí es cuando tienes que seguir adelante. La presión puede destruirte o moldearte; depende de cómo la manejes.
Cuando empecé este viaje, no sabía nada sobre postular a universidades en el extranjero. La gente decía que era imposible sin dinero o contactos, pero no era verdad. Puedes postular directamente a las universidades, escribir ensayos genuinos y contactar tú mismo a admisiones. Una vez que empiezas, el camino se vuelve más claro.
Mi consejo es simple: no tengas miedo de intentarlo. No necesitas tenerlo todo resuelto, solo da el primer paso. La disciplina es más importante que la motivación, y cada pequeño esfuerzo te acerca a la luz que tienes por delante.
Incluso cuando el camino parezca interminable, sigue caminando. La luz aparecerá.




